PLAZA DE SAN MIGUEL
En la lucha patriótica que
Zaragoza sostuvo
contra las tropas francesas durante la Guerra de la
Independencia,
el barrio de San Miguel jugó un papel destacado.
La parroquia de
San Miguel se situaba en la época de los Sitios
inmediata a una de las puertas de
la ciudad, la llamada puerta Quemada.
Por aquí entraron los franceses durante
el primer Sitio,
librándose encarnizadas luchas casa por casa.
El barrio quedó
prácticamente deshabitado,
incluso la imagen de su popular Cristo se trasladó
a
la cercana iglesia de La Magdalena para protegerlo.
Una semana después de
haber sido nombrado Palafox
cabecilla de la defensa de la ciudad,
se cantó en
la iglesia de San Miguel una misa rogativa,
pidiendo por la salud y acierto en
el gobierno del General Palafox.
Durante el segundo Sitio
se colocaron dentro de la iglesia dos cañones
con dirección al puente de San
José sobre el río Huerva,
para defender esta entrada de la ciudad.
CALLE DEL HEROISMO
Contigua a la plaza de San
Miguel se encuentra la calle del Heroísmo
donde se riñeron brutales batallas
cuerpo a cuerpo entre sitiadores y sitiados.
Antes de los Sitios se llamaba
calle Quemada,
por ser el lugar de reunión del gremio de los carboneros,
que
ennegrecían con sus braseros encendidos las paredes vecinas.
Al final de la calle se
situaba una de las puertas de la ciudad,
la también llamada puerta Quemada.
Esta
calle cambió su nombre tras los asedios por Heroísmo,
recordando la resistencia
de los patriotas zaragozanos.
En la plazoleta de San
Miguel
se situó también la llamada puerta del Duque de la Victoria.
Era en
realidad un arco triunfal
para conmemorar la visita del general Espartero a la
ciudad.
Fue demolida en el año 1919
y hoy queda un mural pintado en un edificio
cercano como recuerdo.
LA CAMPANA DE LOS PERDIDOS
La espléndida torre
mudéjar de la iglesia de San Miguel
albergó una campana llamada de los Perdidos
que desde el siglo XVI tocaba treinta y tres toques al anochecer
con el fin de
guiar a quienes se hallaban en los campos extramuros,
pues era frecuente que la
gente no encontrara el camino de vuelta a la ciudad
por las nieblas y la falta
de iluminación.
Aunque en época de los Sitios la campana dejó de tocar,
después
de los asedios continuó durante un tiempo esta tradición.